mardi 15 décembre 2015

Bobo de nuevo

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Estoy hecho polvo. Desde que he caído de la escala social para ser un proletario de clase muy baja, me siento todavía más idiota que antes. Me doy cuenta de que soy parecido a esta gente que hace cola delante de las tiendas de comida basura con sus numerosos niños y eso no deja de hundirme imaginarme uno de ellos, porque debo reconocer en toda honestidad que, con mis sueños mediocres de trabajo, de reproducción y de divertimiento, es realmente el caso. Soy uno de ellos. Solo me falta integrar una hipotética hipoteca en mi vida para convertirme definitivamente en la imagen perfecta del occidental moderno con su afán de conformismo absoluto y letal.

¡Pobres pobres! Antaño eran campesinos y tenían esta sabiduría que nacía del contacto directo y espiritual con la tierra. Ahora las clases medio bajas se conforman con la nada universal. Reproducirse, trabajar, divertirse. Y no saben nada de la tierra. Como no tienen suficiente dinero ni educación para comer pescado y comida variada- Se nutren principalmente con porquerías industriales, latas de hipermercados, sodas… Se nutren sobre todo con todo lo que escupe la televisión, digo la pantalla plasma gigantesca que estorba la mitad de sus salones y por la cual no les molesta gastarse la mitad del sueldo durante seis meses: así compran el derecho de ser los destinatarios privilegiados de la mayor parte de los anuncios. Es que ellos se creen todo. Por ejemplo creen en los anuncios de lejías, piensan realmente que estas manchas enormes existen. 


Todos los –ismos reducen el ser humano a una fórmula que puede parecer bonita pero que al final es sólo un eslogan más, una lema estéril ofrecida por el espectáculo a las masas. Ya sé perfectamente por ejemplo que los pijos no valen más que las clases bajas.


A mí lo que más me gusta de los pijos de Francia o de España, porque desde el principio no hablo de un país en general, es el conjunto de colores que eligen. Mezclan ropa rosa, celeste, verde manzana, azul marino, blanco, rojo. Los pijos llevan camiseta con rayas con escudo que puede ser un guiño a su poder nobiliario en tiempos remotos. Ellos andan siempre con ropa que acaban de sacar de la lavadora. Los pijos huelen muy bien. Todo parece pulcro en ellos. Hasta el más mínimo gesto. Me encanta este aire rebelde que quieren darse cuando sacan un cigarrillo, aunque es sorprendente porqué incluso en esta manera de llevar el cigarrillo al aire parece artificial, profundamente antípopulacho. La cumbre está alcanzada por el escritor pijo. A mi me llamo mucho la atención también la manera que intentan no mirarte en la calle. No quieren mezclarse con la vulgaridad ambiente. Y si su mirada cruza la tuya busca en el instante una manera de esquivarse sin comprometerse.

Es el gran elegido por el Dios de los pliegues ausentes. Su ropa planchada no muestra ninguna arruga. Nunca. Y su piel solo superficialmente. El pijo envejece bien, porqué ha vivido toda su vida asumiendo su superioridad enfermiza, pero al final, más sana fisiologicamente. 

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